Nuevo Ideal, Durango. |
Fue la mañana del viernes 4 cuando acababa de abrir su refaccionaria en Nuevo Ideal, Durango. Cuatro meses antes habían secuestrado a su hijo Leopoldo, Leo. Y aunque pagó el rescate no lo liberaron. Pidió ayuda al gobernador y al procurador de Durango y al Ejército. Todos lo ignoraron.
Buscó por su cuenta y dio con los secuestradores. Descubrió que están protegidos por funcionarios estatales y el Ejército. Denunció en la Procuraduría General de la República (PGR), en la Secretaría de Marina y en la Presidencia de la República. Nadie lo ayudó. Al parecer su ejecución fue una venganza por denunciar el plagio.
Cuatro días antes de su asesinato Don Polo llegó a la redacción de Proceso para hablar de su caso. Con rostro cansado, reflejaba más el peso de los 130 días sin saber de su hijo que sus 80 años de vida. Se sentó y acomodó sus documentos sobre una mesa. Sus manos temblaban. Aceptó un té. Se tranquilizó y empezó el relato:
“Eran las 7 de la tarde del 23 de septiembre (de 2010). Mi hijo Leo se encontraba en un yonque (deshuesadero) de su propiedad atendiendo a los clientes; de pronto se percata de que frente al negocio se para una camioneta Tahoe, color arena. Bajaron 4 hombres encapuchados y vestidos con uniforme tipo militar. Entraron por él. Lo golpearon con las armas y lo subieron al vehículo, se fueron rumbo al municipio de Santiago Papasquiaro”.
A 200 metros del negocio de Leo hay un retén con unos 20 soldados. Don Leopoldo corrió hacia ellos: “Les pedí que me dijeran por qué se habían llevado a mi hijo, me investigan y después de 15 minutos me dicen: ‘Lo sentimos. No podemos hacer nada’. ‘¿Cómo no?’, reclamé, pero ellos me dijeron que tenía que ir a poner la denuncia con la policía antisecuestros”.
“En eso llega mi hija Hilda y les pide a los soldados que por favor nos acompañen para ir a rescatar a su hermano. Cínico, uno de los soldados dijo: Junten el dinero que piden y paguen para que lo liberen”.
Don Polo regresó a su negocio, a donde llegó la esposa de Leo que hablaba por celular con los secuestradores. Les ordenaron que no dieran parte a la Policía, que reunieran 10 millones de pesos porque, de lo contrario, lo matarían: “Tomé el teléfono y le dije al secuestrador que era mucho dinero, que no lo teníamos. Me contestó que entonces me lo iban a colgar hecho pedazos en la puerta”.
Los plagiarios llamaban casi diario para ver cuánto dinero había reunido la familia: “A las 10:45 de la mañana del 26 de septiembre llegó un mensaje de texto al celular de mi nuera. Era de mi hijo: ‘Estoy bien. Están esperando al jefe, no marques a este número. Esto no me gusta. Las amo: Polo’. A las 11:17 llega otro: ‘No le digas nada a Eloy porque hay pedo con él, me entiendes’. El número del que venía el mensaje es el 6181212794”.
Denuncias infructuosas
De nuevo sus manos temblaban. Don Polo siguió: “Al día siguiente (27 de septiembre) los plagiarios llaman y preguntan cuánto dinero juntamos; les dije que 466 mil pesos. Me indican que se los entregue. Más tarde vuelven a comunicarse, dicen que es muy poco, que junte 3 millones. El día 30 piden que cuando menos se completen los 500 mil pesos. También se entregan”.
A las 6:14 de la tarde de ese mismo día recibieron otro mensaje de texto:
“Me tienen en Las Palmas, entrando a la derecha, amero arriba se ve la carretera, en unabodega con techo de lámina. Hay muchos halcones, dile a los soldados (...) échenle ganas con la lana, de todos modos que sea lo que Dios quiera. Que vengan temprano, como a las 5 (de la mañana); ten las visas a la mano. No vayan a venir ustedes por si algo sale mal, ojalá que me entiendas, dile a papá”. Minutos después el propio secuestrado pudo usar el teléfono para pedirle a Don Polo que le diera 10 mil pesos al dueño del celular, aunque no precisó quién era.
Don Polo continuó su relato:
“Inmediatamente me comunico con Ernesto Velázquez, presidente municipal de Nuevo Ideal, le leo el mensaje y me dice que lo alcance en Durango para poner la denuncia en la fiscalía (Procuraduría) del estado. Mi hija Hilda se va acompañada de Juan Orozco, síndico municipal”.
“Eran como las 12 de la noche, a los tres los recibe el fiscal Ramiro Ortiz Aguirre; mi hija le explica lo sucedido desde el plagio y le pide que le ayude para ir a rescatar a su hermano. El procurador le dice que no va a arriesgar a sus policías sin antes hacer una investigación. El alcalde y el síndico tratan de convencerlo pero Ramiro Ortiz los corre: ‘¡¿Qué no entienden?’, les gritó mientras se retiraba”.
Desde el secuestro, a Don Polo lo primero que le pasó por la mente fue la seguridad de suesposa, sus cuatro hijas, la esposa de Leo y de su pequeña nieta de dos años: “En lugar de las 9, cerramos a las 7 el negocio. Teníamos miedo porque veíamos que nos estaban vigilando. Día y noche pasaban camionetas por la refaccionaria y por la casa. Se paraban enfrente y hacían ruido. Los sentíamos sobre nosotros”.
El 2 de octubre una de las hermanas de Don Polo acudió a la X Zona Militar a presentar la denuncia, pero le advirtieron que debía ser el padre de la víctima el que la levantara y le dieron un número 01800 para hacerla telefónicamente. Él habló inmediatamente.
Al día siguiente habló además al 71 Batallón de Infantería, en Santiago Papasquiaro, donde lo atendió un teniente coronel de apellido Zambrano, quien le dijo: “Si en verdad sabes del lugar exacto en que tienen secuestrado a tu hijo, ven al cuartel y si nos acompañas, acabo con esos malvivientes”. Don Polo llegó al cuartel en poco más de una hora.
“En el cuartel tomó mis datos y me dijo que iríamos en la madrugada por Leo; sin embargo al mostrarle el mensaje de texto se sorprendió: ‘¿Cómo que de este número te lo mandaron?’, dijo e inmediatamente cambió de opinión y que ellos irían a rescatarlo a las 4 de la mañana del día 5. Estuve al pendiente. Salió el sol y nunca llegaron”, recordó.
Entonces don Polo y sus hijas se armaron de valor:
“Vestidas como hombre mis hijas saltaban las bardas de la casa para burlar la vigilancia. Así nosotros les montamos guardia a los secuestradores que nos vigilaban. Con el paso de los días descubrimos que unos eran del pueblo, otros no: por una calle identificamos a Flavio Quiñones, que después de un rato de vigilar en una esquina se reunía con Arnoldo Nevárez. A Flavio lo sustituía Rafael Fernández y se le reunían Gustavo Gutiérrez y Jaime García con suesposa...” Todas estas personas eran no sólo vecinos y conocidos de Don Polo en Nuevo Ideal, sino integrantes de la banda de secuestradores.
El 4 de octubre los secuestradores llamaron para pedir más dinero; la familia entregó 1.6 millones de pesos más. Uno de los delincuentes habló al celular de la nuera de don Polo para avisar que ya había recibido el dinero. Ella preguntó a qué hora y en qué lugar dejaría libre a Leo. El hombre le contestó que después de contar el dinero se comunicaría nuevamente. Mientras, la dejó hablar un instante con su esposo. Esa fue la última vez que tuvo noticias de él y del secuestrador.
Encubrimiento
Sin noticias de Leo, “El día 9 de octubre me fui a la Fiscalía; obligados, me pasaron con el agente del Ministerio Público Ezequiel Arreola González. Le entregué toda la información que tenía sobre el secuestro de Leo, incluyendo los nombres de nuestros centinelas. Cuando iba a firmar mi declaración veo que omitió que culpo al fiscal de lo que le pase a mi hijo, a mi familia y a mí. ‘¿Por qué quiere que lo ponga?’, preguntó. ‘Porque sé cómo actúan ustedes’, respondí. ‘¿Cómo?’ dijo. ‘Pues matan a la persona para acabar con el problema’, le contesté”.
El 11 de octubre don Polo acudió a la Subprocuraduría de Investigación Especializada en Delincuencia Organizada (SIEDO) de la PGR, donde presentó una denuncia que quedó asentada en el expediente APG-APRGR/SIEDO/UEIS/472/2010. Esa denuncia la amplió en octubre, noviembre y diciembre de 2010 y en enero pasado.
En noviembre seguía sin noticias de su hijo. Investigó por su cuenta y contrató a personas para que le ayudaran a indagar: “Así me enteré de que Jaime García es quien contrata y paga a los ‘halcones’. Dí con los supuestos jefes: Felipe Martínez, Basilio Mares y Eloy Carrasco o Barraza”, dijo.
Ofreció 100 mil pesos de recompensa a quien aportara información veraz sobre el paradero de Leo. Llegó una persona que le informó: “Dos horas antes del secuestro de mi hijo, Eloy, Felipe y Basilio se reunieron con los secuestradores de la Tahoe en las afueras del pueblo, frente a un lugar conocido como El Arco de la Concha. Después de media hora los vio salir. El pasado 26 de diciembre esta persona fue a la SIEDO a rendir declaración”.
Otra persona declaró ante la SIEDO: “Me retuvieron durante cinco meses hasta que logré escapar. A los secuestrados nos tienen en La Cueva de El Pino, un lugar de la sierra conocido como La Ulama, municipio de Nuevo Ideal. “Por la mañana llegan muy temprano por nosotros para desayunar, luego nos llevan al monte a trabajar en el despate (corte) de la mariguana. No nos dejan platicar entre nosotros y menos que nos reunamos. Junto conmigo había 18 hombres jóvenes, cuatro mujeres y un anciano; éste se les murió en la cueva.”
En un descuido, a uno de los secuestradores se le cayó la credencial de elector y el testigo de don Polo la guardó. Cuando acudió a la SIEDO a poner su denuncia, esa persona entregó la credencial y aportó un dato más: un hermano del delincuente dueño de la credencial también trabajaba en el campamento. Don Polo no recordó su nombre.
Con sus temblorosas manos Don Polo sacó un mapa, lo extendió sobre la mesa y ubicó geográficamente los lugares en que había seguido la pista de su hijo: La Palma, a 16 kilómetros del pueblo; La Ulama a 110 y uno más en Coneto de Comonfort. A este lugar no pudo ir. Lo asesinaron antes.
“Toda esta región está protegida por militares pero sólo se hacen pendejos, nunca agarran a nadie. Se nota que protegen a los delincuentes”, afirmó mientras doblaba nuevamente el mapa.
“El 7 de noviembre seguí a Eloy a su casa. Se espantó, lo tranquilicé y le pedí que me ayudara a encontrar a Leo. Entonces me dijo que el teniente coronel Zambrano, del 71 Batallón de Infantería, era su tío político y que a veces le proporcionaba ayuda, pero que era muy difícil.”
También visitó la casa de Jaime García: “Yo pensaba que era uno de los jefes, pero no, sólo es miembro de la banda. Le dije que quería que me prestara dinero a cuenta de mi negocio, porque quería juntar más porque no soltaron a Leo. Sorprendido escucho que me contesta: ‘Es que lo soltamos pero creo que lo agarraron otros”.
Ni Los Pinos ni el gobernador
El 12 de diciembre don Polo se reunió con el agente del Ministerio Público Ezequiel Arreola:
“Me citó en el restaurante El Portón para ‘platicar sobre mi caso’. Ahí me dice que también acudirá el jefe antisecuestros Enrique Díaz. Cuando llegó, me dice Díaz: ‘Oiga don Leopoldo, usted ya sabe quiénes son los malhechores; mire, yo tengo gente que los puede arreglar, todo está en que platique con ellos para que acuerden el precio’. ‘¡Ah, sí, ¡qué buen trato me está proponiendo Y qué... ¿me va a cobrar por docena?’, le pregunté. ‘¡Ah, cabrón, pues ¿cuántos son?’, dijo. Después me enteré de que los (policías) antisecuestros estaban levantando a gente que mencioné en mi denuncia: al primero que agarraron fue a Jaime, luego fueron por Manuel González y después por Rafael Fernández. Les dijeron que yo los había acusado; incluso les enseñaron el expediente. Los dejaron libres de inmediato.”
Se lo advirtieron habitantes de otros municipios que también fueron víctimas de secuestros: “No investigues ni hagas escándalo porque te va a pasar lo que a Manuel Pineda, que denunció y lo mataron. Por eso muchos se quedan callados. Sólo en Nuevo Ideal el año pasado hubo como 50 secuestros. En la misma situación están otros municipios”.
En enero una agente del Ministerio Público adscrita a la SIEDO acompañó a Don Polo a la Secretaría de Marina:
“Nos reciben el capitán Magaña y el capitán Montiel. Les llevé un mapa que hice a mano. Ellos pusieron un plano satelital y señalaron Las Palmas y La Ulama, se ven claramente. Eso fue hace 20 días. Entonces esos desgraciados todavía estaban en La Ulama; ahora ya se están trasladando a otro lugar que aún no checo. Pero ¿qué me gano con investigar lugares y lugares si no hay quien me acompañe? Uno tiene que andar en el peligro, haciendo su trabajo. ¡Claro, como yo soy el interesado”.
El 14 de octubre, en un acto público, don Polo le entregó un oficio a Teresa Álvarez, esposa del gobernador de Durango; ella lo abrazó y le prometió entregárselo a su esposo, Jorge Herrera Caldera. “También somos padres”, le dijo. En el documento le daba al gobernador pormenores del secuestro de su hijo e insistía en hacer responsables al procurador Ramiro Ortiz y al teniente coronel Zambrano. No hubo respuesta.
Tampoco la recibió de Javier Jiménez Mendoza, comandante de la Décima Zona Militar, a quien recurrió en dos ocasiones: una para pedir ayuda y denunciar al teniente coronel; otra, a fin de solicitar un permiso para portar armas: “Viendo que a ustedes no les importa la seguridad de nuestras familias espero nos den la oportunidad de, al menos, defendernos nosotros mismos”, argumentó en su texto.
Hay un oficio -recibido el pasado 18 de enero por el área de Atención Ciudadana de la Presidencia de la República- en el que en 19 puntos Don Polo desglosó su caso. Dio fechas, nombres y lugares. En el punto número 15 se quejaba porque a tres meses de haber denunciado formalmente el secuestro de su hijo no había recibido ayuda. “¿Qué clase de Policía tenemos?, ¿en dónde está la investigación especializada?”, pregunta.
En el punto 18 expone: “Los policías antisecuestros al mando del fiscal Ramiro Ortiz detienen a los sospechosos y los ponen en mi contra. Quieren desaparecerme. Muerto yo, dan carpetazo al asunto”.
—Lo que denuncia es muy fuerte. ¿No tiene miedo?
Don Polo no resistió. Le fue imposible contener el llanto que le quitaba el aliento, lo sofocaba. Buscaba insistente un dulce.
“¡Claro que tengo miedo! ¡Temo por mis hijas y mi esposa Pero la nuestra ya no es vida! Tengo coraje con las autoridades porque me negaron ayuda cuando sabía dónde estaba. Estoy desesperado. Pienso en si mi hijo estará vivo, si pasará hambre, si estará enfermo, con sed. Si lo tendrán amarrado, si estará tirado, torturado en el monte; o tendrían el cinismo de matarlo para que no los delatara”, respondió con trabajo. Tomó el último trago de té. Se llevó el dulce a la boca. Tardaba en reponerse.
A las puertas de Proceso, en la banqueta, ya de despedida, Don Polo recuperó entereza, deseos de llegar hasta el final en la búsqueda de su hijo.
La noche previa a su asesinato Don Polo habló con su esposa. Le dijo que se sentía muy cansado, que no aguantaba más: “Esto no es vida. Si me matan me harían un favor...”.
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